Novena en sufragio de las Almas del Purgatorio

Día 4

MEDITACIÓN DIA CUARTO

 Sobre la pena de daño

Punto Primero. – Por horroro­sos que sean los tormentos que pa­decen las Animas en el Purgatorio, por espantosas que sean las llamas en que se abrasan, no igualarán ja­más la pena vivísima que sienten al verse privadas de la vista clara de Dios.

En efecto; aquéllas constituyen la pena de sentido; ésta, la de da­ño; aquéllas son limitadas; ésta, infinita; aquéllas privan a las Al­mas de un bien accidental, cual es el deleite; por ésta, carecen de un bien esencial a la bienaventuranza, en el cual consiste la felicidad del hombre, y es la posesión beatífica de Dios.

Ahora no comprenderemos esta pena; pero ella es atroz, incom­prensible, infinita.

¡Pobres Animas! Ustedes conocen a Dios, no con un conocimiento oscuro, co­mo nosotros, sino con una luz clara y perfectísima; ven que es el cen­tro de vuestra felicidad, que con­tiene todas las perfecciones posi­bles, y en grado infinito; saben que si cayera en el infierno una sola gota de aquel océano infinito de delicias que en sí encierra, bas­taría para extinguir aquellas llamas y hacer del infierno el paraíso más delicioso.

Comprenden todo esto perfectí­simamente, y así se lanzan ustedes hacia aquel Bien infinito con más fuer­za que una enorme piedra separada de la montaña se precipita a lo profundo del valle; ¡y no obstan­te, no lo pueden abrazar ni poseer? ¡Qué pena! ¡Qué gran tormento!

Punto Segundo. – Si tan horri­ble pena sienten las Animas, vién­dose privadas del hermosísimo ros­tro de Dios, ¿Cuál debería ser nuestro desconsuelo como pecadores, si vivimos privados de su gracia y amistad?

Las almas benditas del Purgato­rio no poseen aún a Dios, es ver­dad; pero están seguras de poseer­lo un día, porque son amigas, hijas y esposas suyas muy queridas. Pe­ro hay mucho que saben que viviendo como viven, no poseerán jamás a Dios. Saben que, desde el momento que se rebelaron contra El perdieron su gracia, y con ella la rica heren­cia de la gloria. ¿Cómo dicen: Padre nuestro, que estás en los cielos?

¡Cuántos se engañan! Dios ya no es su padre, ni su señor ni su rey. Ojalá no nos encontremos nosotros en tal situación.

Y si así fuera, deberíamos hacer una buena confesión para recuperar la amistad divina, y poder estar en paz, sabiendo que el Señor será nuestro deleite para siempre.

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

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