Novena en sufragio de las Almas del Purgatorio

Día 5

MEDITACIÓN DIA QUINTO

 Remordimiento de un Alma en el Purgatorio

Imaginemos hoy una persona que haya llevado en este mundo una vida semejante a la nuestra: que haya vivido tibia, inmortificada, distraída en los ejer­cicios de piedad como nosotros, sin tener horror más que al pecado mortal y al infierno, en el mejor de los casos. Supongamos, no obs­tante, que haya tenido la dicha de hacer una buena confesión, morir en gracia e ir al Purgatorio. ¿Qué pensará en medio de aquellas penas y tormentos? Seguramente dos pensamientos la afligirán enormemente.

Primer Pensamiento. – Pude li­brarme de estas penas, y no quise. ¡Yo mismo he encendido estas llamas! ¡Yo soy la causa de estas penas! Dios no hace más que ejecutar la sentencia que yo en el mundo pronuncié contra mí mismo.

¡Cuántos medios me proporcionó Dios para evitarme esto! Caricias, amenazas, be­neficios, todo lo había agotado; gracias singularísimas de inspira­ciones, buenos ejemplos, libros pia­dosos, padres vigilantes, confesores celosos, maestros y predicadores fervorosos, remordimientos continuos, todo lo había empleado.

Pero, ¡qué locura tan grande la mía! ¡Por no privarme de un frí­volo pasatiempo, por ir a bailes, por divertirme o jugar con tal com­pañía, por no abstenerme de una mirada, de un vil gusto, de una va­na complacencia, por hablar de los defectos del prójimo, me sujeté voluntariamente a tantas penas y tormentos! Me lo decían todos los años, me lo predicaban y repetían: ¡pero yo no hacía caso!…

¡Dichoso San Pablo, primer er­mitaño; dichosas Gertrudis, Esco­lástica, y tantos otros Santos que, habiendo satisfecho a la Justicia di­vina en el mundo, subieron al cielo sin pasar por el Purgatorio! ¡Yo podía hacer lo que ellos hicieron, pero no quise! ¡Locuras mundanas, conversaciones frívolas, pa­satiempos, vanidad, qué caro me cuestan ahora! Podría fácilmente haber evitado todo eso y no lo hice. Y sólo porque no quise.

El Segundo Pensamiento que afli­ge al alma tibia que vivió como nosotros vivimos, es este: Yo querría librarme ahora del Pur­gatorio, y no puedo. ¡Si pudie­ra yo ahora volver al mundo!, di­rá cada una de aquellas Almas, ¡con qué gusto me sepultaría en los desiertos con los Hilariones y Arsenios! Haría penitencias más espantosas que las de un Ignacio en la cueva de Manresa, que las de un Simeón Estilita y de un San Pedro de Alcántara; pasaría no­ches enteras en oración, como los Antonios, Basilios y Jerónimos; me arrojaría en estanques helados y me revolcaría entre espinas, co­mo los Benitos y los Franciscos; etc.

Pero, en realidad no era necesario nada de esto; con mucho menos podrían haber evitado esas llamas. Sin hacer más que lo que debían hacer cada día, pero haciéndolo con perfección, evita­ban todo esto. Sí; los mis­mos Sacramentos, pero recibidos con mejores disposiciones; las mis­mas misas, pero oídas con más re­cogimiento y atención; las mismas devociones, pero practicadas con más fervor; las mismas mortifica­ciones, ayunos y obras de miseri­cordia, pero hechas con menos os­tentación, únicamente por agradar á Dios, no sólo les hubieran librado de todas esas penas, sino también asegurado a ellas y a muchas otras almas la posesión del reino de los cielos.

Pero ahora sus deseos son inútiles: ya no es tiempo de merecer: ha llegado para ellas aquella noche intimada por San Juan, en la que nadie puede hacer obra alguna meritoria: ahora es necesario padecer, y sufrir penas inexplicables, y sufrirlas sin mérito alguno. ¡Y yo lo he querido! ¡Pude fácilmente evitar estos tor­mentos, y no quise! ¡Quisiera poder evitarlos ahora, y no puedo!

¡Dichosos nosotros que oímos es­to! Tenemos tiempo todavía: aún no llegó para nosotros aquella noche tenebrosa. ¿Y seguiremos perdiendo el tiempo, y los días tan preciosos? ¿No tomaremos la seria re­solución de confesarnos bien y de en­mendar nuestra vida?

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria

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