Semillita 15/04/2022

«Perdón, Señor, perdón»

Hoy, VIERNES SANTO, les comparto una oración hecha por el Padre Fernando Chica, de la curia Romana, hace algunos años. Meditemos y digámosle juntos al Señor:

Oh, buen Jesús, te miro clavado en la cruz y me sonrojo de verte tan dolorido y abandonado, tan lleno de heridas y golpes, tan transido de amor por nosotros.
Yo me pongo junto a tu Madre bendita y al discípulo amado para hacerte compañía y abrirte con sencillez mi corazón.
Hoy te suplico que, desde la cruz, me mires con el mismo amor con que miraste a la mujer pecadora, al joven rico, a Pedro cuando te negó o al ladrón arrepentido, a quien prometiste estar contigo en el paraíso.
Yo te alabo y engrandezco, porque eres bueno, porque nos dejaste un ejemplo de entrega sin límite, porque viniste a nuestro mundo y te hiciste pequeño y pobre para que nunca te temiéramos, sino que te amáramos siempre.
Te doy gracias por lo que soy, por lo que tengo, por lo que sé, por las personas buenas que pusiste a mi lado y de las que tanto he aprendido y recibido.
Por la vida que me regalaste, gracias, Señor.
Por los dones que me otorgaste, gracias, Señor.
Por cuantas veces me libraste del peligro, por las ocasiones en las que me animaste en medio de mis desalientos, gracias, Señor.
Por la fuerza que me concediste para servir, gracias, Señor.
Señor Jesús, tú me conoces y me amas, me perdonas y alientas.
Yo ahora pongo en tu presencia mi vida, con sus luces y mediocridades.
Pongo ante ti mis muchos pecados, mis penas y angustias, y también mi arrepentimiento y la necesidad que tengo de llenarme de tu misericordia.
Te traigo mis deseos de ser solamente para ti, mis anhelos de santidad, mi pobreza y limitaciones.
Hoy vengo ante ti y te pido perdón por mis traiciones e hipocresías.
Por mis tibiezas y perezas, por mi indiferencia y egoísmo, perdón, Señor.
Perdón, Señor, por cada vez que pensé solo en mí y no en los necesitados.
Por las veces que dejé de hacer el bien, por cuantas veces no supe estar a la altura de lo que precisaban mis hermanos, por las veces en las que traicioné tu confianza y amistad, perdón, Señor, perdón.
Me pongo en tu presencia, Señor, y te traigo mi sufrimiento y también el de mis hermanos.
Te pido por los que no tienen voz ni fuerzas, porque están en la cuneta de la vida, tristes y abandonados, humillados y despreciados, olvidados y pisoteados por tantas injusticias y desigualdades, por tantos altaneros y prepotentes que siembran discordias y amarguras.
En tu inmensa ternura, en tu clemencia ilimitada, en tu amor desbordante, acuérdate de los pobres y hambrientos, de los ancianos que están solos, de los enfermos más graves, de los niños desamparados, de los desahuciados, de los que han perdido su empleo, de los jóvenes que buscan su primer puesto de trabajo, de las familias rotas, de los prófugos y exiliados, de los refugiados y emigrantes forzosos, de los que sufren explotación e injurias, de los encarcelados y deprimidos, de los drogadictos y de las mujeres maltratadas.
De cuantos padecen en el cuerpo o en el alma, acuérdate, Señor, por tu infinita bondad; acógelos a todos en tu Corazón divino.
No te olvides de los que se esfuerzan cada día en el cumplimiento de sus obligaciones.
Ayuda a los padres en la educación de sus hijos, a los servidores públicos en el ejercicio de sus responsabilidades; ayuda a cuantos gastan su vida al servicio de los demás.
No te olvides, Señor, de sostener con tu gracia a los ministros del evangelio: al Papa, a los obispos, a los presbíteros y diáconos.
Mira, Señor, con bondad a los religiosos y religiosas, y a todos cuantos están preparándose para seguir a Cristo con un corazón limpio e indiviso por los caminos del ministerio ordenado o la vida consagrada.
Señor, hoy te miro, levanto a ti mis ojos y te veo en la cruz con tu rostro lacerado, con tu costado abierto, con tus manos traspasadas por inicuos clavos, con tus pies ensangrentados.
Hoy te miro y te suplico que jamás alejes tus ojos de los míos.
Mírame, Señor, mírame para que sienta el bálsamo de tu consuelo, la fuerza de tu vida y tu gracia; haz que perciba tu amor generoso.
Señor, como aquel primer Viernes Santo, cuando entregaste a tu Madre bendita a Juan como madre suya, recuérdame que, sin mérito alguno mío, María es también madre mía. Que ella me dé siempre su mano amorosa, que yo experimente su presencia amable a lo largo de mi vida, para que nunca me sienta huérfano o solo.
Hoy quiero acoger en la casa de mi corazón a la Virgen María, pues sé que a su lado podré afrontar con valentía las dificultades de la vida.
Mírame, Señor, mírame, ahora y siempre, y que, al pasar el umbral de este mundo, lo primero que encuentre sean tus ojos misericordiosos, tus ojos hermosos y comprensivos, que me llenen de alegría y paz por toda la eternidad. Amén.